En los primeros meses de vida, el bebé aprende fundamentalmente de sus máximos referentes: sus padres. Es a estos a los que más quieren y admiran, solo hay que observar cómo miran, embelesados, a sus progenitores para darse cuenta de que ellos son su mundo, su todo. Por eso no de extrañar que los padres se conviertan en una pieza vital en su desarrollo no solo durante la etapa en la que son bebés. Los hermanos mayores también tienen un gran impacto en su crecimiento. Por tanto, el amor se convierte en un factor clave para el aprendizaje. Esto se traslada inevitablemente al ámbito escolar.
El pedagogo español Miguel Angel Santos Guerra destaca que el afecto es un pilar en la enseñanza: «los alumnos aprenden de aquellos profesores a los que aman». La admiración hacia los docentes por parte de los niños facilita el aprendizaje de estos: sin interés no hay atención y sin atención no hay aprendizaje. El profesor influye en el proceso formativo de sus alumnos no solo a través de su formación profesional si no también y, especialmente, a través de su formación humana, es decir, según el tipo de persona que sea. Los alumnos prefieren a docentes cercanos, cálidos y respetuosos con quienes se puedan comunicar con facilidad, con quienes se sientan cómodos.
Reconocer y honrar la figura del maestro
Santos de Guerra pide un mayor reconocimiento social para la profesión docente, quienes en ocasiones no reciben todo el apoyo que merecen. A menudo los profesores de nuestro país se quejan de sus condiciones laborales: el exceso de niños por clase que les impide ejercer su profesión con garantías, se les exige mucho y se les reconoce poco su trabajo. Además, su figura no siempre es respetada y su profesionalidad se pone en entredicho con demasiada facilidad. Sin embargo, es importante recordar que los profesores son piezas claves de la sociedad a los que se les confía una de las tareas más arduas y gratificantes a la vez: la de acompañar y guiar a generaciones que son el futuro de cualquier país.
*Foto de Sasint (www.pixabay.com)