La mejor manera de educar no es el castigo. Por mucho que esta idea haya pasado de generación en generación y esté profundamente arraigada en la sociedad. Existen diferentes tipos de castigo y ninguno de ellos es la solución a una conducta inadecuada ni fomenta el aprendizaje.

Con el paso del tiempo las formas de castigo han ido evolucionando, motivadas, en parte, por las nuevas corrientes educativas. En España actualmente el castigo físico está cada vez menos extendido, está mal visto y es ILEGAL. Sin embargo, existen otras formas de maltrato normalizadas bajo la excusa de que “educan”. Una de las últimas tendencias en materia de castigos es mandar a los pequeños al “rincón de pensar”, una práctica que a priori parece más benigna. Sin embargo, aislar al pequeño  para que “reflexione” sobre lo que ha “hecho mal” no solo es improductivo – un niño de tres años tiene dudosas capacidades de discernir entre una conducta adecuada e inadecuada- si no que su efecto será parecido al de cualquier otra forma de castigo. El pequeño obedecerá únicamente por miedo a que le vuelvan a castigar, difícilmente entenderá ni aprenderá la lección. Aislar al niño física y emocionalmente, lejos de que aprenda a gestionar el conflicto e interiorice el aprendizaje, le producirá ira, confusión y frustración.

Consecuencias del castigo

Las consecuencias del castigo son: resentimiento contra el que pone el castigo, por lo que la relación paterno-filial puede verse afectada; genera ansiedad, miedo y, en ocasiones,violencia; y también una frágil autoestima e inseguridad.

Alternativas al rincón de pensar

La mejor alternativa a cualquier forma de castigo, también al “rincón de pensar”, es ayudar al pequeño a que se calme utilizando las herramientas que mejor le funcionen a cada niño. A unos les tranquilizará un abrazo, a otros su peluche preferido. Una vez el niño se haya calmado, los educadores recomiendan reflexionar juntos, involucrando al pequeño en la conversación y buscando los motivos de su comportamiento, para así poder darle herramientas con el fin de que aprenda a gestionar el conflicto. En definitiva, la función del adulto es comprenderles, guiarles y ayudarles para un crecimiento sano. Con esto no queremos decir que no haya que poner límites, sin embargo hay que hacerlo siempre desde el respeto y las consecuencias por una conducta inadecuada deben ser razonables.

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