Algunos bebés son etiquetados desde el primer día de vida, nada más  nacer se intenta describir cómo va a ser en el futuro.

Está «el llorón», «el dormilón», «el tranquilo», «el buenazo», «el malo», «el que le cuesta comer», «el comilón», «el del mal genio», etc. Y todo esto tras pasar unas horas con familiares y amigos. Más adelante, en la escuela infantil se sigue etiquetando a los niños: «el que pega», «el lento», «el rápido», «el que manda»…La mayoría de niños de alrededor de dos años son diariamente juzgados y etiquetados por su comportamiento.

En psicología, el efecto Pigmalión es la creencia que tiene una persona de poder influir en el rendimiento de otra. También se habla de profecía autocumplida, por ser una expectativa que incita a las personas a actuar en formas que hacen que la expectativa se vuelva cierta. Este es el riesgo que conlleva etiquetar a bebés y niños, ya que si sucede, su comportamiento girará en torno a esa expectativa y lo integrará para sí. Todos los hijos desean complacer a sus padres, aunque eso conlleve cumplir las expectativas que tienen de él…por ejemplo de ser «el malo».

Si se etiqueta a un bebé o niñocomo «bueno/malo» se comportará como tal con el tiempo. Para sí mismo piensan «soy así», ya que en definitiva, son los padres los que actuando de una forma u otra con sus hijos modelan inconscientemente ese comportamiento. El poder de la expectativa y de las palabras es tan grande que el mismo bebé puede ser tranquilo o nervioso dependiendo de la experiencia previa de sus padres.

Al utilizar la etiqueta para definir al niño no se transmite que puede o debe cambiar, sino que es así. Las etiquetas son un juicio de valor que coartan la personalidad al enfocarla en una sola dirección. Las etiquetas positivas tampoco hay que utilizarlas porque presionan al niño a comportarse así para tener el amor y la aprobación de los que le rodean. Una cosa es decir «hoy te has portado regular» y otra muy distinta decir que es «un niño malo».

A los niños hay que aceptarlos como son, con sus luces y sus sombras, sus capacidades y sus dificultades. La etiqueta (tanto positiva como negativa) es como una sentencia y hay que evitarla a la hora de referirnos a los hijos. Hay que hacer referencia a las conductas, no a la persona, escuchando y poniendo palabras a la emoción que hay detrás, especialmente en la etapa de las rabietas. Cuando son bebés hay que atender sus necesidades básicasy llenarse del amor que desprenden para conseguir una crianza más serena y respetada.