No se puede aceptar ni tolerar ningún tipo de violencia contra los menores.
¿Puedo pegar a mi hijo? ¿Puedo encerrarle en un armario a oscuras? ¿Te crees que puedes hacerlo? Estos días he estado formulando preguntas de este tipo en los Stories de mi Instagram y un cifra me ha sobrecogido especialmente: un 20% considera que agredir a un menor físicamente está aceptado. En pleno siglo XXI sigue estando normalizado un tipo de violencia (cachetadas, bofetadas) hacia los niños que no se tolera en adultos. ¿Por qué? Toda persona tiene derecho a la integridad física, independientemente de su edad. Y esto, lo dice la ley. De hecho, lo contrario está penado. Hasta el año 2007, el artículo 154 del Código Civil recogía la posibilidad de que los padres puedan «corregir» a los hijos, en la que muchos padres se amparaban para justificar las agresiones físicas a sus hijos. Este apartado se eliminó y, a día de hoy, la agresión física a los menores es un delito penal.
No hay delgadas líneas rojas en este asunto. Agredir un “poco”, o hacerlo “muy de vez en cuando”, también es violencia. Dar una cachetada o agitar con fuerza a un niño, aunque sea puntual, sigue siendo violencia. Es curioso que cuando nos enfocamos en otro colectivo, como pudieran ser las personas mayores, o incluso adultos nos estremecemos cuando son objeto de algún tipo de violencia. Igual que nos “duele” el trato vejatorio a ancianos en algunas residencias o que un marido pegue a su mujer, por ejemplo, nos debería estremecer un empujón o una bofetada a un niño.
Los niños merecen el mismo respeto que los adultos como personas completas y dignas que son. ¿A caso clasificamos por categorías a los seres humanos según su edad? Los derechos de los niños son normas jurídicas inalienables e irrenunciables, por lo que ninguna persona puede vulnerarlos bajo ninguna circunstancia. De hecho, en la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, se enfatizó que los niños tienen los mismos derechos que los adultos y se destacan, además, que requieren de protección especial precisamente por su condición por no haber alcanzado el pleno desarrollo físico y mental.
Y esto se hace extensible al maltrato psicológico. ¿Te parece un abuso que un hombre insulte o grite a su mujer pero no a su hijo? No, no es normal ni aceptable encerrar a un niño en un armario, por ejemplo, por no hacer lo que un adulto impone; es una negligencia. ¿Cómo te sentirías si por hacer mal tu trabajo, tu jefe te encerrase como castigo en un cuarto oscuro? ¿Estaría justificada esta «consecuencia» por no comprender de forma reiterada lo que se te pide? ¿Aceptarías, a caso, que la profesora encerrase solo y oscuras a tu hijo en un armario por «desobedecer»? A veces parece estar justificado este tipo de trato hacia los niños por parte de la familia sencillamente porque te crees con el derecho a hacerlo. Y no, eso se llama abuso. El trato vejatorio, ridiculizar a un menor, es tremendamente dañino y existen numerosos estudios que demuestran la huella que el maltrato físico y psicológico deja el cerebro de un niño. El impacto de agredir a los menores puede tener efectos devastadores en su desarrollo neurológico y emocional.
Por si hay todavía dudas, resumimos a continuación los diferentes tipos de malos tratos según la Asociación Save The Children:
– El maltrato físico activo, o sea acciones no accidentales por parte de padres o cuidadores que provoquen consecuencias físicas o causen enfermedades.
– La negligencia física es una situación en la cual las necesidades físicas y cognitivas fundamentales del menor no son atendidas temporal o permanentemente por parte de sus cuidadores principales.
– El maltrato o abuso emocional es el uso de agresiones verbales reiteradas en forma de insulto, desprecio, crítica o amenaza de abandono, así como el constante bloqueo de las iniciativas de interacción infantiles, que pueden ir desde la evitación hasta el encierro o confinamiento.
– La negligencia emocional, que se refiere a la falta constante de respuesta a las señales, expresiones emocionales y conductas que buscan la proximidad y el apego iniciadas por el niño o niña, y la falta de iniciativa de interacción y contacto por parte de los padres o cuidadores principales.»
La violencia contra la infancia en el ámbito familiar está penada y es denunciable. Es algo triste que necesitemos, como sociedad, que impongan una ley para proteger a nuestros propios hijos, ¿a caso nuestra principal obligación como padres no es protegerles? Ser padres es acompañar a nuestros hijos. Protegerles y cuidarles. Tratarles como nos gusta que nos traten a nosotros mismos. Si sientes que te comunicas de forma violenta con tus hijos o que tu relación con ellos debe mejorar, es momento de dejar de justificarse, de dejar de aplazar este tema y afrontarlo de verdad. Los profesionales especializados en infancia, los psicólogos y terapeutas nos pueden ayudar si no encontramos el camino para mejorar. Hay que hacerlo por uno mismo y por nuestros hijos. Es nuestra gran responsabilidad.